EL DOMINIO DE LA COTIDIANIDAD
La caída al precipicio de la in autenticidad
Por: Gustavo Van Humbeeck Benegas
Volviendo la mirada a lo que acontece en
el vivir diario de nuestra sociedad, se reafirma cada vez más la existencia de un dominio de lo cotidiano, de lo
superficial, de lo que nos lleva hacia el no-ser.
Esta cotidianeidad se ha apoderado de la vida de las personas
convirtiéndolas en seres vacíos, sin sentido, superficiales y consumistas. Pero para entender el dominio de este del ser, debemos preguntarnos ¿que es la
cotidianeidad?
Para Heidegger, la cotidianeidad es el
elemento por el cuál el ser humano es transportado a la inautenticidad. En esta cotidianeidad, el ser humano ya no es
autónomo, es decir, esta condicionado por la sociedad en la que está inmerso.
Y es que el hombre, tiene una
disponibilidad que posibilita la apertura hacia los demás, es decir, hacia su
entorno y no a la totalidad. Pero cada
sociedad determinada tiene su cultura, sus leyes, sus valores y los miembros de
ella se ven condicionados por esas reglas.
Estos condicionantes hacen que el ser
humano se deje guiar por el entorno y se convierta en una persona heterónoma,
en términos kantianos. Es decir, el ser humano, al caer en la cotidianeidad, se
vuelve esclavo de las leyes de la sociedad.
En esta época post moderna, el dominio
de la cotidianeidad es evidente. Se da en las tendencias culturales como la
música, el arte, el cine y la televisión
los cuales se han vuelto meramente superficiales, sin sentido.
Todo lo que realiza el ser humano, hoy
es fruto de una automatización construida por la sociedad. Así, se trabaja, se
estudia y se actúa de múltiples formas sin un fundamento. Prueba de ello es la
tendencia del ser humano hoy a basar
inconscientemente sus acciones vitales en una serie de conocimientos prácticos y elementales que le
permiten llevar a cabo sus labores eficientemente. [1]
Todo ha perdido el sentido de las cosas
y es así que el Se impersonal se
vuelve sujeto de esta cotidianeidad dominante y se convierte en un tirano que
impone el modo de ser, de hablar, de actuar del ser humano provocando su
uniformidad con los demás de su entorno.
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El
dominio de la palabrería
En este ámbito en el que gobierna el nihilismo, la ausencia de sentido, el
mero automatismo de la actividad diaria, se denota un dominio de la palabrería.
Para Heidegger, la palabrería se da
cuando el sentido del lenguaje pierde por completo su sentido, su objetivo
principal que es el de comunicar o trasmitir el pensamiento. El lenguaje
contiene un significado, pero en la palabrería ya no se tiene en cuenta ese
significado ni lo que trasmite la palabra, sólo tiene en cuenta la forma en el
que se dice la palabra.
Así, la palabra se convierte en un a
hueca campana, parafraseando palabras de las Sagradas Escrituras, se vuelve un
mero ruido que a lo sumo causa admiración y adormecimiento, hasta produce atención
pero no para captar el pensamiento sino para copiarlo. Así, ya no se tiene en
cuenta la palabra en cuanto a tal, sino la forma en la que se dice aquella
palabra.
En este sentido, el dominio de la
palabrería coarta el pensamiento, hace que el
ser humano se desvíe de su
racionalidad y adormezca su pensamiento para desoír la realidad. Aquí se pierde el sentido de la filosofía como
co-rresponder y en esa correspondencia
el lenguaje juega un papel primordial, el de servir al pensamiento, y ello no
puede darse bajo el dominio de la palabrería.
Heidegger, en su obra Que es eso de filosofía, decía lo
siguiente:
Este co-rresponder
(Ent-sprechen) es un hablar (Sprechen). Está al servicio del lenguaje
(Spreche). Que significa esto, es para nosotros hoy difícil de comprender; pues
nuestra representación del lenguaje ha sufrido singulares transformaciones. En
virtud de ellas el lenguaje aparece como un instrumento de la expresión. Según
lo cual se considera más justo decir: el lenguaje está al servicio del pensar,
en lugar de: el pensar como co-rresponder (Entsprechen) está al servicio del
lenguaje.[2]
Así,
ya no se comprende lo que se dice ni se reflexiona acerca de lo que se escribe.
Se habla por hablar, se escribe por escribir, se dice por decir y no se piensa
en ello.

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