CONTEXTUALIZACIÓN
EN AMÉRICA LATINA DEL DESARROLLO DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO EN EL PERIODO DEL
AÑO 2500 A. C.
Gustavo
Van Humbeeck Benegas

En
américa latina, aproximadamente hace 2500 años a.C., se gesta la
civilización mesoamericana con el
surgimiento de las primeras tradiciones cerámicas[1].
Es importante este hecho, ya que existe una conexión entre los utensilios y el
pensamiento humano. Existe una vinculación que se hace ante todo entre hombres
y dentro de la ciudad de modo que el ciclo vital se cierra en el plano humano y
se soslaya la naturaleza.[2]
Mesoamérica
es una región comprendida desde los ríos Sinaloa, Lerma y Panuco, al norte y al sur hasta
Nicaragua y Honduras. La región en este tiempo está marcada por el surgimiento
de la lengua y la cultura Náhuatl, se organiza la agricultura y se empieza a
fundamentar las bases para las demás civilizaciones mesoamericanas como la
olmeca, la maya, la azteca, entre otras.
Estas
civilizaciones presentan una filosofía integrada a la religión y a la mitología. Su concepción del cosmos es
cíclica al igual que los griegos y a diferencia de los hebreos que tenían una
concepción lineal del tiempo. La concepción del cosmos dentro de la cultura Náhuatl
gira en torno al ESTAR. Es decir, lo preponderante no es el SER (la esencia de
las cosas) sino el ESTAR en el mundo.
Las
cosas existen porque están en un
tiempo y en un espacio. Así, tiempo y espacio son los elementos comunes en todo
lo existente. La muerte es el no estar más en el mundo y así, ya no estamos
hablando de un paso del SER al NO SER como vemos en la filosofía griega de esta
época, sino vemos un paso del ESTAR al NO ESTAR. Es así que el aferrarse a la
permanencia en el mundo de los vivos configura luego lo que tradicionalmente en
esta región mesoamericana todavía se conserva como el día de los muertos.
Volviendo
al hecho que marca la época pre- histórica de la que hablamos, en la
asimilación del inicio de la tradición cerámica [de los objetos] que acabamos
de hacer, nos lleva a otra conclusión.
Kusch nos revela que toda relación con los utensilios nos hace
referirnos inmediatamente a la historia. Se puede decir que la historia es la
andanza del hombre agazapado detrás del utensilio. Pero este estar agazapado detrás del
utensilio, data mucho antes de escribirse la historia. Así, tanto el utensilio
como la historia surgen de la acción humana.
Es revelador este hecho ya que no estamos hablando ya de una
pre-historia de las civilizaciones de américa latina, sino del inicio de una
historia marcada por un hecho trascendental como el inicio de la cerámica que
nos dice de que cada continente tiene sus orígenes históricos en contextos
completamente distintos.
La
conexión con la naturaleza, revela la forma en el que el hombre mesoamericano
de hace 2500 años a.C. piensa acerca de su propia humanidad y de la existencia
de las cosas. Todo forma parte de la naturaleza, el centro es el universo y
todas las cosas forman parte de él. Y es aquí donde surge lo común a los otros
pensamientos. En un contexto distinto, en una cultura y continente alejado, el arkê se reflexiona a partir de un elemento
común [unus] y la diversidad de los entes que surgen a partir de la
trasformación de lo unitario del cual se
compone la realidad [versus].
Pero la distinción que se puede encontrar en el desarrollo del pensamiento
latinoamericano del griego no está en la pregunta sino en la respuesta. Los
griegos se preguntaban ¿cuál es el elemento común por el cual todo lo existente se reúne en el
universo y su respuesta es el Ser. Sin
embargo, los mesoamericanos responden que el elemento común es el Estar. Para
el griego todo es, sin embargo, para el latinoamericano en su ideario todo
está.
En
este sentido, Kuch en su explicación del mero estar, narra la forma en cómo se
representa la religiosidad dentro de las culturas pre-hispánicas, es así que dentro
de ellas ejemplifica a las tradiciones del Cusco donde la proliferación de
adoratorios era muy significativa. Dice Kuch: (…) es curioso el sentido de este conglomerado de adoratorios. Se diría
que combinaban el tiempo y el espacio, como correspondían a toda revelación.
Era a la vez, una especie de calendario y también un ejemplo del plan especial
del cosmos.[3]
De
esta manera, no solo las culturas mesoamericanas sino otras culturas conciben
al estar como el sentido de toda la realidad. Es así que, podríamos decir que
hasta tienen una concepción existencialista de las cosas, ya que toda realidad
incluyendo al ser humano, se encuentra yecto en medio de los elementos cósmicos,
lo que engendra una cultura estática, con una economía de amparo y agraria, con
un estado fuerte y una concepción escéptica del mundo. El griego está configurado en el movimiento en lo cambiante,
en el devenir, en ese πóλξμος, en esa
lucha de contrarios. Sin embargo, para el latinoamericano, no se trata de un movimiento
destructivo que parte de esa lucha de contrarios, sino de una trasformación
lenta, con una estática aparente, del estar al no estar. Así, toda la
naturaleza cambia, manteniendo una armonía establecida por las leyes naturales
y que debe ser respetada para que todas las creaturas del universo sigan
permaneciendo, pero este movimiento no se percibe, este ciclo vuelve a comenzar
sin que nosotros lo percibamos.
En
el objeto, se plasma el estar. La actitud creadora del ser humano mesoamericano
refleja permanencia. En esta cultura la creación de objetos marca un
significado grande, y este podría ser la permanencia del propio ser.
Así
todo lo creado por el hombre mesoamericano es una representación de su
capacidad de asentar las cosas que se encuentran en la naturaleza y le da
utilidad. Ya que tanto el hombre como los demás elementos de la naturaleza se
sirven para permanecer, para seguir estando.
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