lunes, 31 de marzo de 2014

EL GRAN MISTERIO DE LA MUERTE


Por:
Gustavo Van Humbeeck Benegas
No basta con pensar en la muerte,
sino que se debe tenerla siempre delante.
Entonces la vida se hace más solemne,
más importante, más fecunda y alegre.
Stefan Zweig

Introducción.
Resulta providencial el hecho de que a lo largo de mi tiempo de formación hasta hoy  y en consonancia con la reflexión filosófica acerca de la existencia, me viera envuelto en el interés por leer y reflexionar acerca de aquella interrupción abrupta, aquel misterio que hace que la vida sea intensa, y ella es la muerte.
Así, la muerte como dicen todos los filósofos existenciales, es lo único certero que el ser humano tiene, lo demás es incierto, está sometido a la incertidumbre; y la vida es el tiempo disponible para esenciarse aunque ella resulte muy corta para tan difícil tarea.

El título de este ensayo, revela lo que piensa mi conciencia acerca del tema, y de hecho reconozco, como muchos que reflexionan sobre este tema,  que estoy ante un gran misterio.
A propósito de esto, Marcel, filósofo existencialista católico, distingue claramente el problema del misterio. El problema está ante mí, es algo externo que tiene una solución y puede ser explicada a través de la ciencia, de la razón.

Sin embargo, el misterio es un en mí y yo en él, es decir, el misterio me contiene y yo contengo el misterio, yo soy el misterio y el misterio contiene mi ser. Es así que el ser mismo es un misterio  y con más razón mi no ser mas ya, la muerte. Este misterio es inabarcable, insondable ininteligible a la luz de la razón, sólo a través de ella se puede lograr entender una porción minúscula de este misterio pero aún así, nunca se llegará a una respuesta absoluta.

Es así, que al dejarme sobrecoger ante este gran misterio, quisiera remontarme a mis experiencias cercanas de la muerte y entablar el diálogo sobre este tema desde el libro “Los niños y la muerte” de la psicóloga Elisabeth Kübler Ross, aceptando desde el inicio de este ensayo mi recogimiento y aceptación a este gran misterio que considero, que esta vida no me bastará para entenderlo. Así, lejos de pretender racionalizar el tema, busco lo que la misma autora plantea en esta obra, acepar y amar la muerte.

1.     La muerte como hecho por el cual el hombre sufre.
El ser humano sufre, y es un hecho natural del cual no puede escapar pero, el ser humano es capaz de aminorar el sufrimiento, acogerlo, convivir con él como parte constitutiva de la vida. El  hombre puede lograr desarrollar el amor fati, integrando el sufrimiento al gozo por vivir.

Uno de los hechos por el cual el hombre sufre es la muerte. Reflexionando sobre el sufrimiento, Ignacio Larrañaga, fraile capuchino, fallecido hace pocos meses, escribe: El hombre con su furiosa resistencia mental, ha transformado la muerte en la emperatriz de la tierra y señora del universo. Ninguna realidad encuentra tanta oposición como ella, y por eso es la enemiga por antonomasia del hombre y de la humanidad. Y crece en la medida en que se la rechaza. No obstante, no es ninguna realidad. Es, simplemente, un concepto objetivo y relativo; y, por cierto, el peor aborto de la mente.

A este simple hecho o idea de cesar, el hombre lo reviste con colores rojos y perfiles amenazantes; cuanto más piensa en ella, más la teme, y cuanto más la teme, más la engrandece, hasta transformarla en espectro y maldición[1]. Es así que el hombre sufre al pensar en la muerte, su angustia está aferrada a un deseo por vivir, pero en el fondo sabe que esta vida se le terminará.

El único ser que se hace problemas con la muerte es el hombre y aunque sabe que es una condición natural,  es decir, es una condición inexorable, está ahí  y pretender pulverizar esta condición es una inmolación sin sentido, no logra conciliarla como parte de la vida concluye Larrañaga.

No sólo le angustia el pensar en su propia muerte, sino también sufre por la pérdida de los suyos, de las personas que forman parte de su entorno. Es así que la partida de un ser querido nos es triste, no por la ausencia de ellas en nuestra vida, sino, tal vez por que tenga relación con el hecho de nuestra propia muerte. Muy en el fondo, somos conscientes de que es el destino que nos espera. 

Se sufre por que se rechaza esta realidad, este hecho natural que ocurre en toda la creación, en la totalidad de la naturaleza. Sólo nos queda recogernos y aceptar que nada permanece y todo cambia.  

Así, el sufrimiento por la muerte, en realidad es un rechazo, un considerar a ella como una maldición y no como una hermana.  Sin embargo, existen personas, y hasta el testimonio del mismo autor recientemente citado,  que viven o vivieron esta transición como un verdadero acontecimiento de renacimiento, de descanso, de trascendencia. Que en realidad, sin mucha experiencia han logrado reconciliarse con la muerte y la han acogido como una hermana, una compañera de camino.

Y es que la muerte es un verdadero tránsito, esta palabra me ha llamado bastante la atención ya que describe precisamente lo que debería ser la muerte en realidad. Elizabeth Kübler-Ross al respecto dice en esta obra: La muerte es la gran transición. Al observar, analizar y comprender las distintas maneras, los miles de formas en que las gentes de todas las edades y culturas realizan esa transición, se aprecia un milagro tan grande como el nacimiento[2]. Así confirmo, junto con la autora, que la vida en realidad es como una gran placenta en la que nos desarrollamos para pasar a una vida plena. Sólo que las reacciones son distintas, la gente se alegra con un nacimiento y el niño llora por que ha salido de la protección de su ambiente y deberá luchar por sobrevivir en un nuevo entorno, pero luego este mismo ser volverá a nacer, pero esta vez le tocará a él la alegría y los demás llorarán (¡que paradoja tan reveladora!).

Dentro de este presupuesto entablo mi reflexión y contrastando con la reflexión de Elisabeth concordamos en lo curioso del fenómeno. En el primer capítulo, ella reflexiona lo siguiente: Los que aprenden a conocer la muerte, más que a tenerla y luchar contra ella, se convierten en nuestros maestros sobre la vida[3], y considero que es así como en realidad he experimentado desde mis experiencias en el contacto con enfermos terminales, familiares y amigos. Estas personas me han enseñado a vivir la vida y a valorar la muerte. Lo más curioso es que dentro de esas experiencias, una niña me ha revelado la lección más contundente sobre este tema.

2.     La muerte en los niños.
En los capítulos que siguen, dentro de esta obra del cual rescato la reflexión sobre la muerte, se desarrolla las diferentes reacciones en torno a la muerte de los niños. Frustración, tristeza, desconsuelo, negación, duda, angustia, son los sentimientos que rondan tras el episodio de la muerte de un niño o niña. El sólo hecho de saber que un niño/a terminará muriendo gracias a una enfermedad terminal resulta una catástrofe abrumadora para toda la familia y la comunidad. La sociedad se consterna ante estos hechos, está más sensible ante este tipo de muertes. Pero, ¿cómo viven los mismos protagonistas este hecho trascendente?, es ahí donde se halla la riqueza de esta reflexión.

Una mañana, almorzando en la casa de los hermanos en la parroquia donde realizo mis labores pastorales, me entero de boca del sacerdote encargado de la parroquia que a una niña, sobrina de un compañero mío de bachillerato, le han diagnosticado leucemia. Mi reacción fue inmediata, natural en cualquier persona que recibe este tipo de noticias, pero lo más curioso fue cuando el sacerdote prosigue contando lo que le sucedió al llegar al hospital para administrarle la unción de los enfermos. Al llegar al hospital, el sacerdote divisa a la madre llorando desconsoladamente mientras que la niña dibuja espléndidamente una mariposa,  la saluda y luego de haber culminado de hablar con ella y administrarle el sacramento la madre le comenta las palabras de la niña, estas eran: “mamá, no llores que yo estoy preparada para ir con Dios” ¡Que gran lección me ha dado a mí este hecho y también al sacerdote que me lo compartía! Tiempo después fuimos a visitar a la niña en su casa y en verdad, a pesar de que era consciente que su enfermedad era terminal y que tarde o temprano la muerte se asomaría a ella, se notaba en su rostro una paz y una alegría. En su condición de muerte, ella irradiaba vida.

A lo largo de la obra Elizabeth reflexiona al respecto y compara las distintas reacciones que ella ha percibido de muchos enfermos terminales y encuentra una reacción distinta a la de los niños y ancianos. Los ancianos y los niños, resultan ser sus maestros y  nota que  ellos tienen presente en el pre consciente la muerte y esta idea les prepara para afrontar la transición. Es así que tanto los niños como los ancianos   tienen una manera distinta de afrontar su propia muerte, lo afrontan con paz y asumiendo con certeza que es parte de un tránsito a otro lugar, que no saben cómo será y nosotros mucho menos, pero que será el lugar donde les toca estar. Cuando esta intuición del pre consciente se hace consciente revela el sentido de la muerte y ello verdaderamente es una iluminación a este gran misterio.

Lo más curioso es el lenguaje simbólico con que los niños se expresan en estos casos. La Dra. Ross explica que este lenguaje revela la forma en el que se haya instalada la idea de la muerte y que la única forma de explicarlo es a través de símbolos que expresan lo que han de experimentar. Los dibujos, poemas, cartas, palabras, gestos revelan la profundidad con que viven los niños la transición de su propia muerte.

La Dra. Ross, destaca la importancia de los símbolos en los niños y es así que me vino a la mente automáticamente la actividad que estaba realizando la niña de la que he hablado anteriormente: ella estaba dibujando. Las preguntas no giran en torno a la acción, sino al significado. ¿Qué estaba dibujando la niña?, una hermosa mariposa. ¿Qué será que significa este dibujo?, la profundidad de los trazos y la expresión misma del sacerdote con respecto al dibujo me dan la intuición de que aquella niña tenía la certeza de que estaba enterada de que era hora de sufrir una metamorfosis y pasar a hacer de oruga a mariposa.

Desde mi subjetividad, tal vez podría explicar muchas cosas, pero el simple hecho de que la Dra. Ross haya enfatizado los símbolos, revela que aquellos gestos, miradas, dibujos, poemas, cartas dicen mucho acerca de lo que los niños experimentan dentro de ese pre consciente que les prepara para la transición, y esta preparación en otros casos, donde no existe una muerte por enfermedad sino una muerte repentina, se podrían tomar hasta como predicciones, intuiciones pre consientes de que experimentarán la muerte.

La Dra. Ross, al respecto de este hecho comenta lo siguiente: Otra madre, cuya hija de dieciséis años murió al caerse de un caballo, nos mostró un dibujo que su hija había realizado. El simbolismo de ese dibujo lleva a preguntarse si la niña sabía que iba a tener una inminente lesión craneal; lo mismo puede decirse de los poemas que escribió, que no sólo son conmovedores sino también muy reveladores. La primera poesía, sin título, la encontraron el día después de su muerte. Estaba en un trozo de papel, entre las páginas de su diario, que se había llevado de vacaciones.
Soy una niña aún
Perdida entre encajes y azucenas
Y nunca en la vida
Me acerqué a ti sin
Un miedo inicial.
Es mejor que crea
Por ti, en cualquier caso.
Espera, verás
Lo que quiero decir
Cuando me rompa en mil pedazos
Nunca habrás tenido tanto miedo en tu vida
Ni una compensación tan grande.[4]
La Dra. Ross tras el análisis de sus experiencias, insiste que en realidad no cabe duda sobre el conocimiento cierto por parte de los niños acerca de su muerte y que son capaces de sentirlo. No se trata de un conocimiento racional, consciente, que parte del YO, sino un conocimiento que surge del área espiritual, intuitiva que prepara gradualmente a los niños a encarar la muerte, incluso si los adultos niegan o evitan la realidad.
3.     Crecer sin fin. Camino hacia la paz.
La vida es entendida como un constante crecimiento, y es que todo lo que tiene vida crece, es así que la muerte también es crecimiento, ya que el ser humano está llamado a crecer sin fin, es un ser trascendente y la muerte es la puerta a esa trascendencia.

Marcel, a propósito de la trascendencia, explica que si bien, el misterio representa un límite para el entendimiento, éste limite tiene algo más que no se puede entender, ello es la trascendencia. Así, la muerte representa el límite de la vida tal cual la entendemos pero detrás de ese límite se encuentra la trascendencia que no podemos entender, sólo nos queda recogernos y aceptar.

Ignacio Larrañaga decía al respecto: el hombre debe hacerse amigo de la muerte; es decir, debe hacerse a la idea, hacerse  amigo de la idea de tener que acabar. Serenamente, sabiamente, humildemente debe acabarse: soltar las adherencias que, como gruesas maromas, lo amarran a la orilla, y (…) dejarse llevar mar adentro.
Todo está bien. Es bueno el duro invierno; luego vendrá la primavera. Después que yo acabe, otros comenzarán, así como muchos han tenido que cesar para que yo comenzara. Las cosas son así, y es bueno que así sean, y hay que aceptarlas como son. Yo acabaré, otros seguirán; y en su incesante ascensión, el hombre volará cada vez más alto y más lejos. Todo está bien[5].

Así se logra dar el paso al camino de la paz, a dejar de sufrir a aceptar la muerte como parte de uno, a dejar que vayan nuestros seres queridos al lugar al que les destina la propia muerte, y así llegar a la paz.

De esta manera, la vida y en especial la de los niños y tantas otras personas que integraron  a la muerte como compañera de camino, acaban transformando al peor enemigo en un amigo.



[1] LARRAÑAGA IGNACIO. Del sufrimiento a la paz.  Ediciones Paulinas. 6ª ed. 1992. P.  58-59
[2] KÜBLER-ROSS ELISABETH. Los niños y la muerte. Ediciones Luciérnagas.1998. p. 11
[3] Ibíd. p. 12
[4] Óp. Cit. Los niños y la muerte. P. 169
[5] Óp. Cit. Del sufrimiento a la paz. P. 60-61

jueves, 20 de marzo de 2014

El cosmos latinoamericano. Estar en el mundo

CONTEXTUALIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA DEL DESARROLLO DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO EN EL PERIODO DEL AÑO 2500 A. C.
Gustavo Van Humbeeck Benegas
En américa latina, aproximadamente hace 2500 años a.C., se gesta la civilización  mesoamericana con el surgimiento de las primeras tradiciones cerámicas[1]. Es importante este hecho, ya que existe una conexión entre los utensilios y el pensamiento humano. Existe una vinculación que se hace ante todo entre hombres y dentro de la ciudad de modo que el ciclo vital se cierra en el plano humano y se soslaya la naturaleza.[2]   
Mesoamérica es una región comprendida desde los ríos Sinaloa,  Lerma y Panuco, al norte y al sur hasta Nicaragua y Honduras. La región en este tiempo está marcada por el surgimiento de la lengua y la cultura Náhuatl, se organiza la agricultura y se empieza a fundamentar las bases para las demás civilizaciones mesoamericanas como la olmeca, la maya, la azteca, entre otras.
Estas civilizaciones presentan una filosofía integrada a la religión  y a la mitología. Su concepción del cosmos es cíclica al igual que los griegos y a diferencia de los hebreos que tenían una concepción lineal del tiempo. La concepción del cosmos dentro de la cultura Náhuatl gira en torno al  ESTAR. Es decir,  lo preponderante no es el SER (la esencia de las cosas) sino el ESTAR en el mundo.
Las cosas existen porque están en un tiempo y en un espacio. Así, tiempo y espacio son los elementos comunes en todo lo existente. La muerte es el no estar más en el mundo y así, ya no estamos hablando de un paso del SER al NO SER como vemos en la filosofía griega de esta época, sino vemos un paso del ESTAR al NO ESTAR. Es así que el aferrarse a la permanencia en el mundo de los vivos configura luego lo que tradicionalmente en esta región mesoamericana todavía se conserva como el día de los muertos.
Volviendo al hecho que marca la época pre- histórica de la que hablamos, en la asimilación del inicio de la tradición cerámica [de los objetos] que acabamos de hacer, nos lleva a otra conclusión.  Kusch nos revela que toda relación con los utensilios nos hace referirnos inmediatamente a la historia. Se puede decir que la historia es la andanza del hombre agazapado detrás del utensilio.  Pero este estar agazapado detrás del utensilio, data mucho antes de escribirse la historia. Así, tanto el utensilio como la historia surgen de la acción humana.  Es revelador este hecho ya que no estamos hablando ya de una pre-historia de las civilizaciones de américa latina, sino del inicio de una historia marcada por un hecho trascendental como el inicio de la cerámica que nos dice de que cada continente tiene sus orígenes históricos en contextos completamente distintos.
La conexión con la naturaleza, revela la forma en el que el hombre mesoamericano de hace 2500 años a.C. piensa acerca de su propia humanidad y de la existencia de las cosas. Todo forma parte de la naturaleza, el centro es el universo y todas las cosas forman parte de él. Y es aquí donde surge lo común a los otros pensamientos. En un contexto distinto, en una cultura y continente alejado, el arkê  se reflexiona a partir de un elemento común  [unus] y la diversidad de los entes que surgen a partir de la trasformación de lo unitario del cual se  compone la realidad [versus]. Pero la distinción que se puede encontrar en el desarrollo del pensamiento latinoamericano del griego no está en la pregunta sino en la respuesta. Los griegos se preguntaban ¿cuál es el elemento común  por el cual todo lo existente se reúne en el universo y  su respuesta es el Ser. Sin embargo, los mesoamericanos responden que el elemento común es el Estar. Para el griego todo es, sin embargo, para el latinoamericano en su ideario todo está.
En este sentido, Kuch en su explicación del mero estar, narra la forma en cómo se representa la religiosidad dentro de las culturas pre-hispánicas, es así que dentro de ellas ejemplifica a las tradiciones del Cusco donde la proliferación de adoratorios era muy significativa. Dice Kuch: (…) es curioso el sentido de este conglomerado de adoratorios. Se diría que combinaban el tiempo y el espacio, como correspondían a toda revelación. Era a la vez, una especie de calendario y también un ejemplo del plan especial del cosmos.[3]
De esta manera, no solo las culturas mesoamericanas sino otras culturas conciben al estar como el sentido de toda la realidad. Es así que, podríamos decir que hasta tienen una concepción existencialista de las cosas, ya que toda realidad incluyendo al ser humano, se encuentra yecto en medio de los elementos cósmicos, lo que engendra una cultura estática, con una economía de amparo y agraria, con un estado fuerte y una concepción escéptica del mundo. El griego está  configurado en el movimiento en lo cambiante, en el devenir, en ese πóλξμος, en esa lucha de contrarios. Sin embargo, para el latinoamericano, no se trata de un movimiento destructivo que parte de esa lucha de contrarios, sino de una trasformación lenta, con una estática aparente, del estar al no estar. Así, toda la naturaleza cambia, manteniendo una armonía establecida por las leyes naturales y que debe ser respetada para que todas las creaturas del universo sigan permaneciendo, pero este movimiento no se percibe, este ciclo vuelve a comenzar sin que nosotros lo percibamos.
En el objeto, se plasma el estar. La actitud creadora del ser humano mesoamericano refleja permanencia. En esta cultura la creación de objetos marca un significado grande, y este podría ser la permanencia del propio ser.
Así todo lo creado por el hombre mesoamericano es una representación de su capacidad de asentar las cosas que se encuentran en la naturaleza y le da utilidad. Ya que tanto el hombre como los demás elementos de la naturaleza se sirven para permanecer, para seguir estando.






[1] [En línea] www.wikipedia.com
[2] KUCH RODOLFO, América Profunda, Editorial Bonun, 3ª ed. Buenos Aires-Argentina. 1986. pág.  134
[3] Op. Cit. KUCH RODOLFO. P. 90

miércoles, 6 de noviembre de 2013

LA COTIDIANEIDAD COMO ESTAR- EN – EL MUNDO PREDOMINANTE. Por: Gustavo Van Humbeeck Benegas


                   
El dominio de la curiosidad
Otro de los aspectos relevantes del dominio de la cotidianeidad es el elemento de la curiosidad entendida como esa avidez de buscar lo bueno por lo bueno y  no como el asombro por descubrir nuevas ideas, realidades, experiencias, sino más bien una curiosidad que busca “estar al día”. Ese buscar estar al día, es entendido por la sociedad post moderna como el buscar obtener confort pero realizando actividades nuevas.

La avidez de novedades es el segundo de los caracteres existenciarios del Dasein en su ser en el mundo en la forma del “uno”, es decir en el modo impropio del “sí mismo”. Se caracteriza por buscar lo nuevo “para saltar de ello nuevamente a algo nuevo”[1] No le interesa el aprehender y el ser en la verdad, sino el abandonarse al mundo; no tiene la forma de un demorarse en una contemplación admirativa de los entes, sino que está determinada por “la inquietud y la excitación por parte de algo siempre nuevo y del cambio de lo que hace frente”. 

 Así toda la vida del Dasein está basada en la búsqueda de nuevas formas de satisfacer su necesidad de estar “bien”.  No sólo estar al día significa la novedad de actividades que produzcan placer, sino también, la novedad por obtener nuevas cosas. La sociedad de consumo ha instaurado esta modalidad de lo novedoso para que las personas adquieran el delirio de “actualizarse” comprando. Así, la obtención de cosas se ha convertido en un medio para estar al día, a la moda, de acuerdo con la tecnología y los tiempos que cambian. Nada perdura, todo debe cambiar. Pero ese cambio del cual se habla, es un cambio de fachada, un maquillaje externo que lo que tapa en realidad es la mismidad del ser, y ello hace que la persona se convierta en un personaje, jugando a ser, como diría Sartre.

Pero en realidad, en la curiosidad, la búsqueda de lo novedoso para “ser único” es un auto engaño que envuelve a las personas a la uniformidad y comodidad más profunda, pero lo que en realidad producen es el encubrimiento de su mismidad  para ser aceptado  por los demás.

Es en este hecho, donde se asienta el efecto dañino del dominio de la cotidianidad, en el intento de soslayar la existencia auténtica de la persona, adormeciéndola estimulando su curiosidad hedonista, haciendo que viva ajeno a sí mismo.

En la cotidianidad, el Dasein vive ajeno a su ser sí sí-mismo más auténtico, colocándose por tanto,  como entregado  a los entes del mundo, a partir  de los que se interpreta. A este modo de ser de la existencia, que implica  esencialmente un dominio anónimo de los otros  Heidegger lo llana uno (das Man).

Estar-en-el-mundo  predominante

Esta condición cadente implica que en su estar-en-el-mundo, el dominio que ejercen los demás sobre el sujeto sea aceptado tácitamente.[1] A este modo de estar vuelto hacia otros del cuidado que predomina en la cotidianidad, Heidegger lo llama solicitud sustitutivo-aliviadora. Es decir, en su modo diario, el Dasein, por su inclinación a aliviarse de la carga que le pone su condición de arrojado, se halla pues irresponsable ante los demás entes. En su estar- en- el mundo fáctico este modo de ser se manifiesta en el Dasein cadente, en la palabrería, escribiduría y curiosidad anteriormente mencionadas, además de manifestarse en la ambigüedad.
Cuando en lo cotidiano ser uno con otro, explica Heidegger, hace frente aquello que es accesible a todos sobre lo que todos pueden decirlo todo, pronto ya no cabe decidir qué es lo abierto en un genuino comprender y lo que no. Esta ambigüedad no se extiende solamente al mundo, sino en la misma medida al “ser uno con otro en cuanto tal e incluso al ser del ser ahí relativamente a sí mismo. Todo tiene aspecto de genuinamente comprendido, captado, dicho y en el fondo no lo está.
Continua diciendo que la ambigüedad no concierne sólo al disponer de y al manipular con lo accesible en el uso y el goce, sino que ya se asentó en el comprender en cuanto al poder ser, en la forma de proyectarse y de darse previamente las posibilidades de del ser ahí. [2]
Así, se comprende que el ser humano es un proyecto pero en este conocimiento la ambigüedad es superlativamente capciosa ya que esta ambigüedad da posibilidades del ser ahí para sofocar en el acto toda su fuerza. Así en esa búsqueda por el ser se cae en el alejamiento del propio ser.
En su forma de ser cotidiana, el sujeto se mueve pues en la esfera de lo recibido, pero regularmente no lo capta como tradición posibilitante, sino como objetualidades dispersas en su mero presente impersonal, de modo que a ellos no le añade su propio carácter destinal, sino que por el contrario se pierde en ellos, siendo dominado acríticamente. Al respecto expresa Heidegger “Lo decisivo es tan sólo el inadvertido dominio de los otros, que el Dasein, en cuanto a co-estar, ya ha aceptado sin darse cuenta. Uno mismo forma parte de los otros y refuerza su poder”[3]


La existencia del ser humano lleva consigo siempre la libertad y al hacer uso de su libertad se va haciendo. Sólo una cosa está determinado en el ser humano: “el tener que hacerse”.
El ser humano en su estar arrojado, tiene la labor de construir su ser y es allí donde deberá decidir entre las distintas posibilidades el camino para la buena construcción de su ser persona.
El dominio de la cotidianidad busca desviar este camino de construcción del ser humano de su ser auténtico y por ello debemos liberarnos de aquel dominio de lo cotidiano para que siendo consientes de nuestra nihilidad, podamos seguir caminando por esta vida, viviéndola con profundidad, asumiendo nuestras decisiones con responsabilidad.
En definitiva debemos buscar hacernos cargo de lo que somos y no estar ajenos a nosotros mismos, debemos enfrentarnos cara a cara a lo que somos en realidad sin tapar con máscaras de superficialidad la verdad de que somos seres inacabados, contingentes, mortales y que debemos hacernos en esta vida. 
Somos creaturas que siempre estamos tras nosotros mismos, en mira a nosotros mismos”, decía Heidegger. Así todo lo que hacemos es una proyección de lo que seremos y tomar conciencia de ello es llegar a vivir auténticamente, a estar en el mundo construyéndonos. 


[1] El término alemán Verfallen (caída) connota un movimiento en el que el Dasein se aborde en los entes de este mundo, interpretándose desde estos y alejándose de su ser más propio. Cf. Martín Heidegger. Ser y Tiempo. Ibíd. Véase Nota del traductor p. 195
[2] Íbit. ST §37. P 192-193
[3] Íbit. P. 151





[1] Ibíd. ST, §36. P 190

jueves, 31 de octubre de 2013

EL DOMINIO DE LA COTIDIANIDAD La caída al precipicio de la in autenticidad

EL DOMINIO DE LA COTIDIANIDAD 
La caída al precipicio de la in autenticidad
Por: Gustavo Van Humbeeck Benegas
Volviendo la mirada a lo que acontece en el vivir diario de nuestra sociedad, se reafirma cada vez más  la existencia de  un dominio de lo cotidiano, de lo superficial, de lo que nos lleva hacia el no-ser.

Esta cotidianeidad  se ha apoderado de la vida de las personas convirtiéndolas en seres vacíos, sin sentido, superficiales y consumistas.  Pero para entender el dominio de este del ser, debemos preguntarnos ¿que es la cotidianeidad?
Para Heidegger, la cotidianeidad es el elemento por el cuál el ser humano es  transportado a la inautenticidad.  En esta  cotidianeidad, el ser humano ya no es autónomo, es decir, esta condicionado por la sociedad en la que está inmerso.

Y es que el hombre, tiene una disponibilidad que posibilita la apertura hacia los demás, es decir, hacia su entorno y no a la totalidad.  Pero cada sociedad determinada tiene su cultura, sus leyes, sus valores y los miembros de ella se ven condicionados por esas reglas.

Estos condicionantes hacen que el ser humano se deje guiar por el entorno y se convierta en una persona heterónoma, en términos kantianos. Es decir, el ser humano, al caer en la cotidianeidad, se vuelve esclavo de las leyes de la sociedad.

En esta época post moderna, el dominio de la cotidianeidad es evidente. Se da en las tendencias culturales como la música, el arte, el cine y la televisión  los cuales se han vuelto meramente superficiales, sin sentido.

Todo lo que realiza el ser humano, hoy es fruto de una automatización construida por la sociedad. Así, se trabaja, se estudia y se actúa de múltiples formas sin un fundamento.  Prueba de ello es la tendencia del ser humano hoy a  basar inconscientemente sus acciones vitales en una serie de  conocimientos prácticos y elementales que le permiten llevar a cabo sus labores eficientemente. [1]

Todo ha perdido el sentido de las cosas y es así que el Se impersonal se vuelve sujeto de esta cotidianeidad dominante y se convierte en un tirano que impone el modo de ser, de hablar, de actuar del ser humano provocando su uniformidad con los demás de su entorno.

-          El dominio de la palabrería
En este ámbito en el que gobierna el nihilismo, la ausencia de sentido, el mero automatismo de la actividad diaria, se denota un dominio de la palabrería.
Para Heidegger, la palabrería se da cuando el sentido del lenguaje pierde por completo su sentido, su objetivo principal que es el de comunicar o trasmitir el pensamiento. El lenguaje contiene un significado, pero en la palabrería ya no se tiene en cuenta ese significado ni lo que trasmite la palabra, sólo tiene en cuenta la forma en el que se dice la palabra.

Así, la palabra se convierte en un a hueca campana, parafraseando palabras de las Sagradas Escrituras, se vuelve un mero ruido que a lo sumo causa admiración y adormecimiento, hasta produce atención pero no para captar el pensamiento sino para copiarlo. Así, ya no se tiene en cuenta la palabra en cuanto a tal, sino la forma en la que se dice aquella palabra.

En este sentido, el dominio de la palabrería coarta el pensamiento, hace que el  ser humano se desvíe de su racionalidad y adormezca su pensamiento para desoír la realidad.  Aquí se pierde el sentido de la filosofía como co-rresponder y en esa correspondencia el lenguaje juega un papel primordial, el de servir al pensamiento, y ello no puede darse bajo el dominio de la palabrería.


Heidegger, en su obra Que es eso de filosofía, decía lo siguiente:
Este co-rresponder (Ent-sprechen) es un hablar (Sprechen). Está al servicio del lenguaje (Spreche). Que significa esto, es para nosotros hoy difícil de comprender; pues nuestra representación del lenguaje ha sufrido singulares transformaciones. En virtud de ellas el lenguaje aparece como un instrumento de la expresión. Según lo cual se considera más justo decir: el lenguaje está al servicio del pensar, en lugar de: el pensar como co-rresponder (Entsprechen) está al servicio del lenguaje.[2]
Así, ya no se comprende lo que se dice ni se reflexiona acerca de lo que se escribe. Se habla por hablar, se escribe por escribir, se dice por decir y no se piensa en ello.




[1] Pedrque, 2000, 169
[2]  HEIDEGGER MARTÍN, Que es eso de filosofía

miércoles, 30 de octubre de 2013


IDENTIDAD LATINOAMERICANA. 
¿La Identidad, debería ser un problema que nos impida seguir pensando?
Por: Gustavo Van Humbeeck Benegas
Tal vez en los años 70´ la pregunta sobre la identidad hubiese sido pertinente, pero ya dentro de esa búsqueda de una identidad latinoamericana, nos hemos dado cuenta de que en realidad, este cuestionamiento particular no contribuye tanto al  avance de la filosofía LA.
Nuestra identidad a estas alturas tiene un carácter universal, es decir, estamos inscritos en un dialogo con Europa y, y la evidencia de esto es justamente la filosofía de la liberación, la cual en estricto sentido no es  filosofía latinoamericana, sino más bien es el aporte de L.A. al dialogo filosófico universal.
Existe una situación dentro del filosofar latinoamericano, y de ello ya  son bastante conscientes los filósofos de nuestro continente.
Así lo explicaba, Pedro Trigo, filósofo jesuita que ya en el año 1992 en el debate sobre la construcción de una Filosofía Latinoamericana, expresaba lo siguiente: La filosofía latinoamericana actual procede de la filosofía occidental. Este vínculo histórico-genérico determina una relación de filiación y pertenencia, a no ser que el filosofar se convierta de algún modo funcional, por la intención del filósofo, pero sobre todo por los resultados: la capacidad de pensarnos adecuadamente desde nosotros mismos[1].
Estamos de acuerdo, en que lo que hacemos es un pensar desde nuestra realidad, desde nuestro estilo el cual está marcado por la periferia. Es decir, estamos aportando a la filosofía universal desde nuestra categoría de oprimidos y que ello se fue dando en proceso de mestizaje. La identidad es sólo parte de una temática que es más que buscar la particularidad, debería preocuparse de aportar al pensamiento humano.
En sí, en el sentido estricto de la palabra identidad no podemos hablar de una definición propia de identidad en América latina, ni siquiera podríamos hablar de la definición de nuestra propia identidad, ya que sólo caeríamos en un conjunto de cualidades particulares que resultan imposibles de generalizar. Todas las culturas, y más aún, la europea,  son fruto de un mestizaje de mestizajes, y ello hace que sea difícil configurar o definir una identidad propia.
La identidad no es la pregunta que deberíamos hacernos actualmente, la pregunta real es ¿Qué podemos aportar a la humanidad como pensamiento?
Así, partiendo de la derivación genérica del occidente, se piensa que ya se ha alcanzado la mayoría de edad suficiente como para pensar por nuestra propia cuenta, esto se piensa a veces hegelianamente: se posee la filosofía occidental como propio del pasado, por lo tanto se puede prescindir de ella como referencia externa llegando así, a un dialogo hermanado entre la filosofía occidental y nuestro pensar de ese pensamiento desde Latino américa.
Pero, ¿están dadas las condiciones para un pensar propio?  Creemos que la filosofía en América latina ha alcanzado el training suficiente como para gestar una filosofía propia.
En este sentido, también Pedro Trigo explica lo siguiente: Desde esta “normalidad filosófica” cabe situar de modo diverso el acto de filosofar respecto de la filosofía occidental: Gran parte de los filósofos latinoamericanos se vieron como excéntricos respecto de su centro filosófico que (como el resto de sus ser) estaba en Occidente. De ahí el complejo de inferioridad y la preocupación absorbente e imposible, de ponerse al día. Desde esta situación el filósofo es un epígono, [es decir, aquel que sigue el estilo de una generación anterior], y su originalidad (nunca genuinidad) sólo puede consistir en exacerbar algunas tendencias del maestro de la escuela.[2]  Así, por sí sola se reafirma la línea asuntiva del pensar filosófico latinoamericano, entendida desde el reconocimiento de una filosofía propia desde nuestra realidad L.A. Este hecho, no debe hacernos caer en un complejo de inferioridad, ya que desde allí estamos aportando con una mirada particular. No debemos  caer en una alteridad que busca particularizarse e imponerse sino más bien una alteridad unificadora que vea al otro como un igual, no debemos pensar en nosotros mismos sino pensar el mundo desde nosotros. 






[1]ELLACURÌA IGNACIO, SCANNONE JC (Compiladores). Para una Filosofía desde América Latina.  Filosofía Latinoamericana Coordenadas, Ensayo escrito por Pedro Trigo sj Ed. 4ª. Santa fe de Bogotá.1992. p.102
[2] Ibídem. P. 103

lunes, 2 de septiembre de 2013

De: Elosanto Medina sj; Gustavo Van Humbeeck Benegas
LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN Y SUS CONEXIONES CON LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACION
La teología de la liberación, es una teología que nace en América latina. Tiene bastantes conexiones con lo que sería más adelante la filosofía de la liberación llevada a cabo por E. Dussel. Pero ¿qué es la teología de la liberación?, ¿cuál es su historia?, ¿qué tiene de original?, ¿qué presupuestos teológicos presenta?, ¿cuál es su alcance en lo social y en lo pastoral?, ¿cuáles son las conexiones que presenta la filosofía de Dussel llamada “Filosofía de la liberación”? Todos estos cuestionamientos lo explicaremos a continuación.
      I.          ¿Qué es la teología de la liberación?
La teología de  la liberación, es un constructo teológico que surge en contraposición a la teología aplicada durante todo el Concilio Vaticano I. Podríamos decir que es una consecuencia del gran suceso renovador que el Papa Juan XXIII ha instalado en la Iglesia católica con la convocatoria al Concilio Vaticano II.
En realidad, es necesario considerar que la teología es una reflexión de la fe desde nuestra realidad histórica, es una relectura de los acontecimientos desde las sagradas escrituras y la tradición de la Iglesia, es leer los signos de los tiempos para identificar la forma en el que Dios se manifiesta y así dar razón de su fe y este trabajo de reflexión ha estado a cargo de los teólogos.
Pero los teólogos y la teología tienen su propia historia. Víctor Codina, sacerdote jesuita, explica en  su publicación ¿Qué es la teología de  la liberación?, el recorrido histórico de la teología en la iglesia y dice:
En los primeros siglos de la iglesia, la teología estaba muy unida a la vida de comunidad, era una teología bíblica y sapiencial, muy relacionada con los problemas del pueblo. Pero desde la edad media (desde los siglos XII -XIII), la teología se volvió más técnica y científica, más preocupada de las dimensiones doctrinales de la fe que de la relación con la vida. La teología se fue apartando de la vida del pueblo, el cual al no tener acceso a la teología oficial, se volcó hacia una religiosidad popular, más adaptada a sus intereses y preocupaciones. El pueblo no conocía la biblia, ni entendía la liturgia, sino que vivía sus devociones, fiestas e imágenes.[1]
Así, tras este telón y en una realidad ya entrada la modernidad, surge la teología de la liberación como una teología del pueblo y para el pueblo, retornando a las fuentes bíblicas  y desde ella dialogar con el mundo moderno  uniendo la fe y la vida, la doctrina y la práctica cristiana, la práctica popular y las preocupaciones de las mayorías.
Tras el Concilio Vaticano II, la figura del teólogo ha cambiado mucho: ya no es sólo el profesor, metido solamente en investigaciones y en la enseñanza, sino un creyente,  que sin renunciar al estudio ni a la ciencia, intenta vivir más cerca del pueblo y acompañarlo con la reflexión cristiana en la vida.
   II.          ¿Dónde ha surgido la teología de la liberación?
La teología de la liberación surge en Latinoamérica y esto es sumamente llamativo a nivel eclesial. Usando la visión de E. Dussel, en donde ve al centro como lugar donde se concentra lo oficial  y la periferia como lugar de la marginalidad, la teología de la liberación surge justamente en la periferia, en Latinoamérica, en un continente pobre y cristiano.
Este origen no es casual, esta teología surge de una reflexión sobre la fe a partir de las inquietudes de los sectores populares que sufren injusticia.  Ha nacido en un momento histórico donde el pobre, a través de su reflexión irrumpe e la historia y en la iglesia.
Podemos distinguir cuatro etapas, bien diferenciadas, en el proceso de construcción de esta teología. En cada una de ellas se pueden distinguir acontecimientos políticos, económicos y eclesiales que han influido bastante en el nacimiento de la teología de la liberación.
1.     Tiempo de preparación (1959-1967)
En esta etapa, se inicia tímidamente una reflexión que lentamente irá madurando.
Políticamente el hecho más relevante en América latina es la Revolución cubana con el triunfo de Fidel Castro en el año 1959, que abrió paso al socialismo en el continente. Esto fue un duro golpe en la conciencia no sólo de Latinoamérica, sino de Estados Unidos y de todo el mundo. Por primera vez el mundo percibió que la situación de pobreza en la región podría ser explosiva. En 1961, Kennedy  en Estados Unidos, lanzó su Alianza para el Progreso, para ayudar al desarrollo de los pueblos latinoamericanos. El mismo año en un informe, el norteamericano Stevenson firmaba que había que favorecer en Latinoamérica la implantación de democracias, evitando así tanto la propagación de la experiencia cubana,  como la implantación de gobiernos militares. En 1964, un golpe de estado en Brasil, inicia un tipo de gobiernos militares que se extenderá por todo el cono sur en años sucesivos. Por otra parte, el Che Guevara intentó exportar la experiencia cubana a Bolivia, pero fracasó siendo asesinado en 1967, aunque su empresa despertó gran entusiasmo, sobre todo en los sectores jóvenes  del continente siendo foco de guerrillas en toda América Latina.
Debemos señalar, además, que las posturas dominantes en todos estos problemas, hay que señalar que la doctrina que prevalece estos años es la teoría desarrollista. Según ella, el problema básico de los países latinoamericanos es el subdesarrollo, un capitalismo atrasado que contrasta con la riqueza de los países del norte.
Codina sigue explicando en este punto lo siguiente: (…) las diferencias geográficas (norte-sur), climáticas (países fríos y tropicales), raciales (raza blanca- razas de color), temperamentales (pueblos activos- pasivos) y os azares de la historia, habrían ocasionado el desarrollo de los países del norte frente al atraso de los del sur, cada vez más marginados.[2]  Se trataría de una forma de potenciar el desarrollo de estos países  para integrarlos así  a la marcha de la historia de los países avanzados, pero la misma historia nos demuestra que no fue así.
Desde el punto de vista eclesial, el acontecimiento del Concilio Vaticano II (1962-1965) iniciado por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI. Fue un abrirse de la iglesia a los problemas del mundo. Supuso una gran transformación de mentalidad tradicional dándole nuevos aires a la iglesia.  Unos años más tarde, en 1967, Pablo VI escribió su carta sobre el progreso de los pueblos (Populorum Progressio), en la que afirma que sin progreso no puede haber una paz estable. 
Así, la teología de América latina, que toma un carácter desarrollista, insistiendo en la necesidad de trabajo y desarrollo, la necesidad de presencia del cristiano en el mundo de la política para desde ella transformar la realidad social, desarrollando la espiritualidad laical y profesional, se comienza a reflexionar sobre los pobres, la justicia, la dimensión política de la fe, el compromiso, la presencia del Señor en el pobre, la violencia institucional, etc. Esto enmarca el comienzo de la construcción de la teología de la liberación.
-        Tiempo de formulación de la teología de la liberación (1968- 1971)
Políticamente estos años están marcados por revoluciones y cambios importantes. La revolución peruana de Velasco Alvarado, 1968, la subida al poder en Chile Salvador Allende (1970), el gobierno popular de J.J. Torres en Bolivia en 1970, interrumpido por el golpe militar e Bánzer en 1971, el regreso de Perón  a Argentina en 1972, podrían ser signos de esperanza.
Sin embargo se comienza a presagiar momentos duros en América Latina.
El informe de Rockefeller de 1969 afirma que la única institución seria, capaz de dar consistencia a la región latinoamericana es la militar; y es así, que desde entonces en Panamá va a funcionar la Escuela Militar que formará durante 25 años a los futuros gobiernos militares de toda Latinoamérica.
La economía se basará en la provisión de materia prima a los países del norte a un bajo costo. Bajo esta realidad, los países del Sur no son sólo países pobres, sino países empobrecidos por los países dominadores, que poseen en los mismos países del sur sus aliados internos. El problema no es pues simplemente el desarrollo, sino la liberación de esta dependencia y marginación causada por el capitalismo universal. No se puede salir del subdesarrollo si permanece dentro de la lógica del imperialismo capitalista.
A nivel eclesial el acontecimiento más relevante de estos años fue la  reunión  del Episcopado latinoamericano en Medellín en el año 1968, para aplicar el Vaticano II a América latina, pero no fue una simple concreción del Vaticano II a América latina, sino una relectura del concilio desde Latinoamérica.  Medellín comienza constatando la situación de injusticia en América latina y el clamor de los pobres que sube al cielo pidiendo su liberación.  Ve en todo ello una situación de pecado, una violencia institucionalizada, que exige un cambio de estructuras, y concluye de que la iglesia  debe dar una respuesta profética y liberadora a esta injusticia social. Medellín fue como un gran pentecostés para la iglesia latinoamericana, un despertar de energías y de perspectivas.  Sus tres opciones fundamentales fueron por los pobres, por l liberación integral y por las comunidades de base, y ello ha repercutido enormemente en la pastoral y en la sociedad.
En este contexto sociopolítico y eclesial surge una nueva conciencia en Latinoamérica, y es aquí, en esta conciencia, donde la Teología de la liberación encuentra su formulación. El libro de Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación, es del año 1971 y resulta la clave de la formulación de esta corriente teológica. Entre los iniciadores de esta teología hay que citar además, los nombres de JL. Segundo, H. Assmann, J. Comblin, R. Muñoz, E. Dussel, H. Borrat, J.C. Scanonne, R. Poblete, R. Ames, C. Padin, L. Gera, A. Bünting, Rubén Alves, Miguel Bonino, V. Codina, entre otros.
-        El cautiverio y el exilio (1972-1976)
El relativo optimismo de los años anteriores choca  con la trágica realidad de gobiernos militares en todo el Cono sur. Así nace el militarismo institucional, ligado a la elaboración teórica de la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional, que está decidida a luchar contra la “subversión”. En nombre de esta lucha, se violan los derechos humanos, se persigue a los partidos políticos, sindicatos, a la prensa y a la iglesia.
Para la iglesia todo significa persecución y martirio. Comienza el abundante martirologio de América latina y es en esta época donde la teología de la liberación profundiza el tema de cautiverio y el exilio del pueblo de Israel. A los nombres de los teólogos de los comienzos se le añaden ahora a los de una segunda generación de teólogos de la liberación: L. Boff, C. Mesters, J. Sobrino, I. Ellacuría, L. de. Valle, R. Avila, P. Richard, O. Maduro, R. Vidales, A. Cussianovich, R. Antonich, C. Boff, J. de Santa Ana, entre otros.
Pero comienzan a surgir gente en contra de esta teología (López Trujullo, Veckmas, Kloppenburg, Hengscbach (…)) y en Roma se reúnen para evaluar a la Teología de la liberación en 1976.
-        Crecimiento en medio de las dificultades  (1977- 1985)
Esta época es fértil en acontecimientos. La Doctrina de Carter sobre los Derechos humanos favorece el paso a democracia “tuteladas” en Ecuador y Perú (1978) y el triunfo Sandinista en Nicaragua (1979) que acaba con la dinastía de los Somoza. Pero la subida de Reagan al poder en 1980 supone un claro retroceso para los pueblos latinoamericanos dada su política agresiva de neoliberalismo y anticomunismo. El informe del Comité de Santa fe de 1980, documento programático del gobierno de Reagan para América latina, es claramente contrario a las comunidades eclesiales de base y a la Teología de la liberación, que considera atentatoria a los intereses de Estados Unidos. En 1981 se crea en Estados Unidos el Instituto para la Religión y la Democracia, cuya misión es favorecer y enviar sectas a toda Latinoamérica para frenar los avances de la Teología de la Liberación. Mientras tanto, se inicia la guerra civil en El Salvador, crece la represión en Guatemala, Estados Unidos invade Granada y comienza contra Nicaragua. En 1982 vuelve la democracia a Bolivia, que lamentablemente desemboca en la mayor crisis económica de la historia del país y produce una profunda desilusión. La guerra de las  Malvinas en 1982, mostraron claramente cómo los países del Norte se alían contra el Sur. Entre fines de 1984 y comienzos de 1985 vuelve la democracia a Argentina, Uruguay y Brasil, mientras se endurece la dictadura en Chile y Paraguay.
La vuelta de la democracia en los países latinoamericanos no supuso un cambio económico ni político, seguía manteniendo la misma estructura de desarrollo y consumo, que enriquece  a países ricos y empobrece a los pobres.
La iglesia en Latinoamérica vuelve a vivir otro acontecimiento importante en Puebla (México) en 1979, con motivo de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Los intentos de hacer una marcha atrás de Medellín, quedan frenados y Puebla se convierte en una confirmación serena de  la línea profética de Medellín: a un análisis de la realidad, calificada como una situación de pecado, sigue la proclamación del plan de Dios comunidad, participación y liberación integral- y desemboca en una opción preferencial por los pobres.
El nuevo Papa Juan Pablo II, inicia  una serie de viajes a Latinoamérica  que no sólo ayudan a que pueda conocer personalmente la realidad de América latina, sino que sirven sobre todo para que el evangelio de la justicia y la solidaridad sea anunciado con nuevo vigor y la opinión mundial vea más de  cerca la conflictiva pobreza de los pueblos.  Mientras tanto, las sectas invaden América latina y sigue el martirio para la iglesia de la región: Mons. Romero, L. Espinal, los mártires del Quiché en Guatemala, Jarlan en Chile, entre otros.
El momento histórico, político, económico mundial de la crisis, las tensiones entre Este-Oeste, las atmosferas de miedo a una nueva guerra mundial, el ambiente de desilusión y de rearme moral, el deseo de seguridad, repercuten en la iglesia y en la teología.
La Teología de la liberación se extiende a través de nuevos contactos con teólogos del Tercer Mundo y de Europa, y va profundizando sobre diferentes temas teológicos (el método, cristología, eclesiología, espiritualidad y religiosidad popular)
III.          Originalidad de la teología de la liberación
La originalidad de la Teología de la liberación está ligada a la situación de miseria y de pobreza, de la cual los pobres han tomado conciencia y han irrumpido en la historia buscando su liberación. En este proceso los cristianos han tenido una parte activa y han generado una nueva vivencia de fe, una verdadera experiencia espiritual. De esas experiencias ha surgido la necesidad de reflexionar teológicamente y de hallar un método adecuado para ello.
La teología de la liberación es posterior a estas experiencias y sería incomprensible sin esta solidaridad práctica con el pueblo que busca su liberación y sin esta vivencia espiritual de fe.  Hay una prioridad de esta experiencia sobre la teología, que sólo viene después de reflexionar sobre este hecho nuevo. Por eso allí donde los cristianos viven un divorcio entre su fe y su vida, donde incluso los cristianos comprometidos no viven este proceso liberador a la luz de su fe, en estos lugares difícilmente pude nacer una auténtica teología de la liberación.
La novedad de esta teología no estriba en los temas que trata, sino en el método o modo de abordar los grandes temas de la teología: Dios, Cristo, la salvación, la Iglesia, los Sacramentos, la espiritualidad.
El método es el que ya el mismo Concilio Vaticano II había iniciado, aunque no lo desarrolló totalmente: partir de la  realidad histórica de nuestro mundo (ver), iluminarla a la luz de la Palabra de Dios (juzgar), en orden a iniciar una nueva práctica (actuar). Estos tres momentos – ver, juzgar, actuar- constituyen como el nervio de esta reflexión teológica.
a)     VER
Se trata de partir de la realidad latinoamericana, que es una realidad de pobreza. Al respecto el documento de Puebla reconoce esta realidad citando lo siguiente:
“Comprobamos, pues como el más devastador y humillante flagelo, la situación de inhumana pobreza en que viven millones de latinoamericanos expresada por ejemplo, en moralidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud, salarios de hambre, desempleo y subempleo, desnutrición, inestabilidad laboral, migraciones masivas, forzadas y desamparadas, etc.”[3]
Resulta evidente que esta visión de la realidad no es neutra: se mira la realidad de América latina desde la perspectiva de los pobres, desde los desheredados, desde el reverso de la historia.
Pero no basta la simple constatación de la realidad de pobreza. Es necesario analizar el porqué de la situación. Hay que analizar más a fondo la realidad, utilizando medios más aptos para ello: las ciencias humanas, sociales, económicas, políticas, etc.
Pero, aquí nos encontramos con un tema que ha sido producto de discusión durante el nacimiento del método. Si la teología usa diversas ciencias sociales para analizar la realidad ¿no corre el riesgo de reducirse a una visión simplemente humana, sociológica, de la realidad? Por otra parte, ¿Qué ciencias sociales puede utilizar?
La Teología de la liberación, en la implementación del método, se fundamenta  en la Palabra de Dios sin dejar de analizar la realidad a la luz del de las demás ciencias, ya que sólo se utilizan en una etapa previa para el análisis.  Ahora bien, todas las ciencias sociales de la época no pueden negar el gran aporte de la sociología marxista, ya que esta teología se desarrolla en una época post-marxista.
Ordinariamente la Teología de la liberación no usa más elementos del análisis marxista de los que usan los documentos del magisterio de la iglesia[4]. En todo caso, como también sucede cuando el magisterio de la iglesia usa estos elementos, desliga cuidadosamente los elementos científicos aceptables de los elementos ideológicos rechazables; que por esto mismo la Teología de la liberación reconoce muy oportuna y necesaria la advertencia de los documentos de la iglesia y principalmente la DSI (Doctrina social de la Iglesia)[5] de mantener un espíritu crítico y de y de discernimiento, para evitar que elementos inaceptables para la fe, se mezclen con los elementos sociológicos positivos, porque esto constituiría una perversión de la fe, convirtiendo la teología en una simple filosofía humana revestida con palabras cristianas.
Sin embargo, lo expuesto hasta ahora da elementos para rechazar muchas críticas sobre la Teología de la liberación, que la acusan de “comunista” o “foránea”, simplemente porque habla de situaciones de injusticia o de la necesidad de un cambio estructural.
Esta realidad analizada, es juzgada luego a la luz de la fe, haciendo un tránsito del “ver” al “juzgar”.


b)     JUZGAR
Este elemento es central de la teología, ilumina la realidad con la Palabra de Dios, revelada en la historia de la salvación, a través de las sagradas escrituras. Esto es lo que hace Puebla, después de haber constatado la realidad de miseria en Latinoamérica como un hecho injusto y antinatural:
Vemos a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre pobres y ricos. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas. En esta angustia y dolor la iglesia discierne una situación de pecado social, de gravedad tanto mayor  por darse en países que se llaman católicos y que tienen capacidad de cambiar[6] 
Lo que la sociología señala como brecha entre pobres y ricos, la fe lo define como injusticia y pecado. Lo que para la sociología sólo son rostros de pobres explotados, la fe reconoce en ellos “los rasgos de Cristo el Señor, que nos interpela”[7]
Así lo que se  busca con el juzgar es denunciar todo lo que sea pecado e injusticia como contrario al plan de Dios[8], anunciar la buena noticia para toda la humanidad: Dios es un Dios de vida, escucha el clamor del pobre  y lo libera, desea construir una humanidad nueva, unos Cielos nuevos y una Tierra nueva[9], y transformar la realidad, es decir, llegar a la conversión, cambiar las estructuras de pecado e instaurar el Reino de Dios en nuestra sociedad.
c)     ACTUAR
Lo importante para esta teología no es simplemente reflexionar sino actuar. La primera acción es la conversión personal y estructural, a una conversión que se traduce en una opción por los pobres, como dice Puebla[10].
Algunos desearían poder deducir de la fe modelos concretos de actuación social y política. Pero, en este sentido, la teología de la liberación es muy clara que no se puede deducir de la fe un proyecto político concreto, un partido político “cristiano”  que sea obligatorio para todos.
No obstante, se busca dejar el asistencialismo para trabajar por la erradicación de las estructuras de pecado que empobrecen a la población. Así, Puebla propone, siguiendo al Vaticano II:
1)     Cumplir, antes que nada, las exigencias de la justicia, para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia;
2)     Suprimir las causas y no sólo los efectos de los males;
3)     Organizar los auxilios, de tal forma, que quienes los reciben se vayan liberando progresivamente de la dependencia externa;
4)     Y se vayan bastando por sí mismos[11]
IV.          Fundamentos bíblicos y visión mesiánica
Existe una diferencia entre la teología de primer mundo y a teología de la liberación. Se ha logrado el paso de una teología ontologista, escolástica, que presenta a un Dios distante, omnipotente, omnisciente, castigador, poderoso, creador y dueño del universo al cual todo hombre debe alcanzar, a una teología de los pobres que presenta un Dios más humano, cercano, pobre, humilde, padre de toda la humanidad.
Pero estas diferencias no se dan con la teología de la liberación sino con el acontecimiento del Concilio Vaticano II que abre las puertas de la iglesia y vuelve el rostro de ella al mundo de hoy.
Es así que la teología de la liberación marca una nueva forma de ver las sagradas escrituras, enmarca un nuevo estilo de exégesis y  pone la hermenéutica al servicio de la lectura de los signos de los tiempos. Permite tener una nueva concepción teológica, cristológica y eclesiológica que ha marcado no solamente el magisterio de la iglesia latinoamericana sino la de todo el mundo.
-        La biblia desde la teología de la liberación
La teología de la liberación es profundamente bíblica, como habíamos dicho, se inspira y fundamenta en la Palabra de Dios que la iglesia ha recogido en la Escritura. Pero el estilo de lectura que implanta esta teología es una lectura desde dentro de la comunidad eclesial.  Pero, esta lectura de las sagradas escrituras puede llegar a caer en una lectura meramente humana de la biblia.
No obstante, el desarrollo de esta teología se fundamenta en la estricta teología positiva[12], partiendo de la exégesis bíblica y del magisterio de la iglesia.
Plantea un estilo de teología descendente, es decir, busca una teología que presente  a Dios en la vida del hombre. Dios se presenta en la historia de la salvación y esa historia de la salvación se proyecta en la historia de nuestros pueblos. Desde allí se hace una relectura de los textos bíblicos para que desde allí podamos iluminar la realidad.
Desde el estudio de los acontecimientos del pueblo latinoamericano, la teología de la liberación identifica la experiencia de Éxodo. Esta experiencia ha constituido la base de la fe de Israel, el centro de la fe hebrea, el núcleo de su profesión religiosa y de su “credo”[13] y así ha celebrado cada año la pascua y la sigue conmemorando[14].
La lectura del Éxodo hecha desde Europa no fue capaz de descubrir algo que desde Latinoamérica es importante. El Éxodo, leído desde un continente no sólo subdesarrollado sino oprimido, en situación de pobreza y de esclavitud, resuena con un acento peculiar y revela que está profunda experiencia de Dios se da en un hecho social y político. Israel vivía en situación de opresión[15], en medio de un trabajo alienante y bajo la dominación de un Faraón[16].
Esta experiencia se transfigura completamente en la historia latinoamericana, en el hecho histórico donde se configura, se construye esta teología.
Toma los evangelios sinópticos, para presentar una figura de  Cristo, explicada desde su humanidad, desde sus acontecimientos históricos y desde lo que representa Jesús para estos evangelios: “el mesías, hijo de Dios[17]
En este sentido, es llamativo como la teología de la liberación toma estos evangelios que se han construido en las periferias de Palestina.
Marcos, el evangelio más antiguo de los sinópicos, surge en Galilea y este evangelio, está dirigido para la gente esa región, presenta la figura del Jesús en cuanto a su humanidad. En este evangelio Jesús se enoja, llora, se cansa,  se conmueve presentando rasgos humanos muy fuertes. 
Mateo, un evangelio escrito exclusivamente para los judíos, escrito en la región de Siria, presenta al mesías como Hijo de Dios. Presenta a Cristo como el nuevo Moisés y está en consonancia con el Éxodo.
Y finalmente el evangelio de Lucas, que hace un recorrido desde Nazaret a Jerusalén que en este evangelio, es el centro de los acontecimientos importantes. Podríamos llamar a este evangelio como el evangelio de los pobres, esta concepción se presenta en el magníficat y en toda la historia del Jesús que se lo presenta en un lenguaje más histórico.
Estos evangelios, forman parte de una cristología donde se presenta la figura de un mesías cercano al pueblo, se presenta como el Enmanuel, el Dios con nosotros.
La iglesia ya no se presenta en orden piramidal sino circular, es decir, ya no existen superiores ni inferiores, sólo funciones que determinan la armonía de la convivencia eclesial.
La iglesia es el pueblo, los laicos en adhesión a los obispos, sacerdotes y diáconos. Reconoce en ella un misterio de fe, ya que esta comunidad visible, humilde y pecadora es el Cuerpo de Cristo y su Esposa.  La eclesiología de la Teología de la liberación está basada en la eclesiología propuesta por el Concilio Vaticano II, pero acentúa algunos aspectos: la importancia de las comunidades eclesiales de base, como forma de vivir la iglesia, la opción preferencial por los pobres como tarea prioritaria; el seguimiento del camino histórico de Jesús en nuestro mundo; la necesidad profética frente a las situaciones de injusticia y opresión; su apertura al Reino; una visión ecuménica de lucha por la justicia¸ la predicación de una evangelización integral, de la cual forma parte la promoción y la liberación.
Así, desde la figura de los pobres brota una nueva imagen de iglesia. El ideal de una “Iglesia de los pobres”, propugnado por el Papa Juan XXIII   comienzos del Concilio Vaticano II y retomado por Juan Pablo II, parece que comienza a ser aquí un realidad incipiente.
Finalmente la figura de María, que en el Vaticano II afirmó como símbolo y tipo de iglesia, adquiere a la luz de esta eclesiología un rostro concreto: “El gran signo de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y de Cristo”[18]
   V.          Implicaciones pastorales y sociales
Resulta obvio que la Teología de la liberación, por orientarse a la práctica, tenga repercusiones tanto, pastorales, como políticas y sociales.
-        En cuanto a la liturgia, se pretende que en ella se adquiera un sentido histórico: haciendo memoria de Jesús, de su predicación, de su camino, de sus conflictos, y de su resurrección, para que la iglesia congregada por el Espíritu de Jesús, pueda anticipar aquí, de forma menos parcial, la utopía del Reino de Dios.
-        En cuanto a la acción pastoral se promueve la participación laical en la evangelización, las comunidades de base serán el centro de la acción pastoral. La catequesis, como consecuencia del Concilio Vaticano II, se volvió trabajo exclusivo del laico, orientado a los pobres, a los excluidos, a los alejados de la iglesia.
-        Al optar por los pobres, ha fomentado organizaciones populares, su participación social, sindical y política, y acompaña evangélicamente su marcha hacia la liberación
-        Por estas repercusiones sociales y políticas se lo ha tildado de comunista  El asesinato de Mons. Romero, mientras celebraba la eucaristía compendia tanto su sentido evangélico como su conflictividad política.

  VI.          Conexión con la filosofía de la liberación 
Enrique Dussel, colaborador de la Teología de la liberación,  busca en los griegos fundamentos para crear una filosofía que logre la liberación del pensamiento del centro, y esto es lo que primeramente identificamos como conexión de la filosofía de la liberación, a esta teología: la liberación del pensamiento de centro. En la teología de la liberación, pensado geopolíticamente, la línea de pensamiento de centro es la teología europea. Sin embargo, en la periferia surge una visión más evolucionada de la teología, surge una que está en consonancia con el Concilio Vaticano II y es producto de él.
Podemos decir, que era necesario que el pensar teológico y filosófico liberador debiera darse en Latinoamérica y hacer el recorrido para instalarse como pensamiento dominante.
Además, Dussel descubre que en Marx encuentra los fundamentos necesarios para explicar la realidad que la misma teología de la liberación lo desarrolla.
Esta es la principal conexión con la Teología de la liberación: la identificación de una realidad  donde el pueblo está alienado, donde existe una brecha enorme entre pobres y ricos. Este reconocimiento lo ha iniciado el Concilio Vaticano II que fue aplicado a la teología latinoamericana para  que luego fuera traspasado a esta filosofía.
La figura del pobre, es central tanto en la filosofía como en la teología, se ven elementos filosóficos  nuevos, corrientes que antes no se utilizaban en teología como el humanismo o el existencialismo también presentes en la filosofía de la liberación.
La concepción de un desarrollo, la identificación de EE.UU como el opresor y la necesidad de despertar a los pueblos latinoamericanos para que logren liberarse y empezar su propio camino de progreso resultan también elementos de conexión con la filosofía de la liberación.
Podemos concluir que la teología de la liberación ha sido consecuencia de ese resurgir de la iglesia en el Concilio Vaticano II. La iglesia de los pobres, expresada por el Papa Juan XXIII en el discurso inaugural del Concilio ha marcado hondo en esta teología y luego en la filosofía.
Esta teología sufrió la misma aceptación que el Concilio Vaticano II, que en la primera fase post conciliar, ha sufrido el rechazo por parte de la mayoría de la jerarquía de la iglesia.
No podemos considerar esta teología sea fruto de una ideología marxista,  está fundamentada exclusivamente en las sagradas escrituras y en el evangelio, aunque podemos encontrar consonancia en algunos aspectos con el marxismo.
Esta teología ha marcado hoy no solo a la iglesia, sino  a la sociedad actual, estamos en un  mundo donde cada vez más necesitamos dar ese paso de acercamiento, lograr el transito del YO al NOSOTROS




[1] CODINA VICTOR, SJ. ¿Qué es la Teología de la liberación?. Centro de estudios paraguayos “Antonio Guasch” (CEPAG). 1986. Asunción-Paraguay p. 8
[2] Ibíd. P 16
[3] Puebla 29
[4] En este sentido, el mismo Juan Pablo II en su encíclica sobre el trabajo Laborem excersem  explica elementos de la filosofía marxista en su análisis de la realidad laboral de ese tiempo y comulga con ciertas ideas respecto a la reducción de las brechas de pobreza, la dignificación del trabajo, la no explotación del obrero y el justo salario, no así en la lucha de clases como vía de liberación de la opresión al proletariado. (LE. 11 ss)
[5] La doctrina social de la Iglesia católica es un conjunto de normas y principios referentes a la realidad social, política y económica de la humanidad basado en el Evangelio y en el magisterio de la Iglesia
[6] Puebla 28
[7] Cf Puebla 31
[8] Véase Gn. 4,10; Lc. 16,13; 1Jn 4, 20-21
[9] Cf. Ap 21,1
[10] Cf Puebla 1134-1165
[11] Puebla 1146, inc. 1 al 4
[12]  La  teología positiva es aquella que se desarrolla mediante la exégesis bíblica y el magisterio de la iglesia. Su contenido muestra la manera en que Dios se revela, cómo lo ha revelado y lo que ha revelado, el progreso de revelación en su fase histórica y determina lo propuesto por el magisterio y su valor
[13]Cf.  Dt 26, 4-9
[14] Cf. Ex 12, 24-27
[15] Cf Ex 1, 10-11; 13,2;20,2
[16] Cf Ex 1, 15-22
[17] Cf. Mt, 1,1
[18] Puebla, 282